miércoles, 2 de julio de 2025

Cocina en luto de Eloísa Valencia Zapata

 

Mi abuela me confesó, cuando yo era más pequeña, que a menudo solía recordar el día que enterraron a Eva, según ella, la tierra olía a raíces desenterradas y culpas viejas, como si algo se estuviera pudriendo muy adentro, un hedor intenso y penetrante que solo ella parecía notar. Cubierta con aquel clasico paño negro, apretaba la tela contra su nariz mientras, expectante, observaba a la caja de madera descender y posteriormente ser sepultada bajo tierra. No lloró. 

Esa misma noche, frente al espejo, observó cada una de sus facciones: La silueta esbelta, el cabello claro, el rostro inocente, la mirada profunda. No había rastro de su madre en ella; era idéntica a Eva. Su abuela. Se preguntó entonces, si además de su aspecto, existiría algo más que la conectara con ella: ¿sería igual? ¿llamaría amor a todas sus atrocidades? ¿se sacrificaría al infierno por otro? Tal vez ella también estaba condenada a amar demasiado. 

Recordó entonces a su propia madre, María, postrada en la cama años atrás, consumiéndose como una vela, con el corazón roto -  El esposo infiel, la otra familia, la deshonra - Eva, en su obsesión por sanarla, había recurrido a métodos que mi abuela, de niña, solo pudo describir como aberrantes. 

Ya entrada la medianoche, tras asegurarse de que nadie en casa quedara despierto, mi abuela se dirigió a la vieja cocina de madera. Guiada únicamente por una por una lámpara de aceite, ubicó el lugar exacto, empuñó la pala con determinación y comenzó a cavar. A cada golpe el pánico la invadía y el mismo hedor penetrante del funeral de Eva empezó a ascender del suelo, ahora acompañado de sonidos y visiones.

 Mi abuela, volvió a tener doce y Eva rezaba en una lengua desconocida mientras, con manos firmes, la obligaba a tomar al niño, fruto de la infidelidad, y sumergirlo junto a ella en un cuenco de agua. La criatura convulsionó hasta quedar inmovil y el terror se reflejó en su rostro. Eva tomó el pequeño cuerpo, lo bañó meticulosamente con una mezcla de ceniza, carbón y especias, lo acostó en una cesta tejida como un ataúd de mimbre, y lo llevó al cuarto de María. Allí, como ofrenda macabra, lo deslizó bajo la cama de su hija enferma. "Para que su dolor se vaya con él", había dicho. 

Un golpe metálico regresó a mi abuela a la realidad y contuvo el aliento cuando verificó que la pala se había estrellado contra algo sólido. Bajo una costra de tierra y envuelta en numerosas mantas de lana yacía la cesta, pequeña y frágil como el caparazón de un insecto muerto. Con una mano temblorosa la apretó contra sí. Esperaría hasta el amanecer para enterrarlo junto a Eva, pues, quizás el símbolo del amor maternal que las condenó a ambas podría ser su misma redención y por fin les traería paz, pensó. 

Sin embargo, cuando la tierra cubrió la cesta por segunda vez, un escalofrío la recorrió: el hedor seguía allí, agrio y dulzón, como si la culpa nunca se pudiera ir del todo.  

Y esa vez, sí lloró.

6 comentarios:

  1. Comencé la lectura sin mayores expectativas, pero el desenlace tan poderoso como inesperado dejo una grata y poderosa sorpresa que fue de mi agrado

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  2. Qué cuento tan inquietante, de esos que se quedan pegados a la mente como un secreto sucio. Me impactó cómo logras que la culpa huela, pese, se entierre y resurja. Todo está vivo y muerto a la vez, como Eva. Me quedé pensando en esa cadena de mujeres marcadas por un amor que salva y destruye a la vez. Es oscuro, poético y brutal, pero también humano: duele y da miedo, pero no deja de ser hermoso. Gracias por escribir algo que no se olvida fácil. Ojalá más gente se atreva a entrar en esta casa llena de raíces podridas👌🏽

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  3. Me parece una historia increíble e interesante, atrae mucho la atención.

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  4. Me gustó como el autor logró crear un ambiente emocional entre los personajes del cuento, además la trama tiene giros inesperados que mantiene al lector atento

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  5. Es una historia que no te esperas y genera un ambiente de espectación y misterio que engancha.

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  6. Un cuento oscuro y poético que entrelaza generaciones marcadas por el dolor, donde la cocina se convierte en altar y sepultura de una herencia femenina cargada de amor, culpa y redención.

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