miércoles, 2 de julio de 2025

Lagrimas de un país en decadencia de Juan Sebastián Hernández Barrera

 Mamá siempre solía decir que en un país donde te cortaban la lengua por hablar era mejor ser mudo. Decir lo que pensaba para este país era firmar una condena de muerte. Tío paco lo hizo y vi como desde nuestra finca lo sacaron de pies y manos llevándolo al monte. En el velorio de tío paco me prometí defender lo que algún día él quiso hacer, cuidar de la tierra, de la cosecha y sobre todo de mi familia. Yo era mudo; mudo no porque naciera así, sino porque tenía miedo hablar, miedo cuando cada vez que aquellos iban teníamos que regalar nuestras cosechas, cocinarles, lavarles y ver cómo mis primas lloraban producto de que aquellos seres innombrables tomaban su pureza.

Nadie hacía nada. Pero por el radio se jactaban diciendo cada cuatro años que esta vez la verdadera paz si llegaría. Abuela me enseñó a orar, pues decía que solo Dios podía salvar un país violento y pecador, que no tenía sentido de pertenencia por los que eran suyos.

Así pasé toda mi niñes, inmerso en este salvajismo y fiereza, viendo como en mi escuela se llevaban a mis mejores amigos, porque según ellos ya tenían la edad para botar bala. Se llevaron a Juan, a mi increíble amigo Juan, aquel que me enseñó a cosechar y sembrar semillas, que me enseñó a multiplicar por una cifra y que me mostró la diferencia entre un bambú y una caña. Y yo ahí, no pude hacer nada por él, nadie pudo hacer nada por él, porque teníamos que permanecer mudos.

Mientras estaba ordeñando a Priscila, (mi hermosa vaca), llegaron aquellos. Ordenando en tono abrupto y soez que saliéramos de nuestra propia finca, que aquella ya no nos pertenecía, no me dejaron despedir de Priscila, no me dejaron sacar mi ropa ni mi balón de caucho, golpearon a mi padre y mallugaron a mi madre hasta hacernos ir de aquel lugar que nos pertenecía, la herencia de mi nono se desvaneció.

Recuerdo que pensamos en ir a una finca cercana pero la más cercana estaba a casi dos kilómetros de donde vivíamos. Tenía sed, ya se hacía tarde y caminando sin rumbo vimos una pequeña casita de ladrillos. Allí nos recibió flora una viejita viuda que había perdido a su marido por la misma plaga que nos sacó de nuestro hogar. Flora nos recibió con una taza de aguapanela con queso y se disculpó porque no tenía nada para darnos de comer, pues hacía poco tuvo que donar en contra de su voluntad la poca cosecha que le quedaba.  Los ojos en el rostro de mi padre reflejaban el deseo de no querer dejar atrás aquellos sueños que una vez tuvo y que consiguió, pero que ahora fue despojado de ellos. Los ojos en el rostro de mi padre reflejaban la impotencia de un campesino al perder su único sustento. Los ojos en el rostro de mi madre permanecían quietos, con una mirada perdida, como quien se disocia en sus recuerdos para olvidar lo que ha acontecido. En los ojos de los dos brotaban lágrimas, lágrimas de padres, de viejos campesinos, de personas humildes, de ángeles, de un país en decadencia.

14 comentarios:

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  2. Un cuento muy emotivo, mostrando la realidad del campesino en Colombia

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  3. Muy buen cuento, cuenta una realidad que vivió y vive el país en una narrativa que resulta muy entretenida ;)

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  4. La manera en la que se aborda un problema social tan grande es muy significativa, transmite como esa tristeza y te hace meterte en la historia

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  5. Es una historia que duele porque se siente real, como si hablara por muchas personas que han vivido lo mismo.
    Muy buen cuento!

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  6. Una historia bastante dura y real. Está muy bien contada, logrando transmitir el sentimiento con éxito.

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  7. Una historia, que cuenta gran parte de la realidad colombiana de los años 90. Relatando los sucesos y sentimientos de una familia en esa época.

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  8. Cuanto historia cruel se ha vivido en el campo y nadie ha conocido, me parece genial como lo muestra este texto

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  9. Es una gran historia de verdad que queda uno muy impactado porque transmite el sentimiento de tristeza de la época y nos hace recordar esa grandes asañaz que hacen nuestros padres para sacarnos adelante

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  10. Un relato crudo y conmovedor que denuncia el silencio forzado en una tierra marcada por la violencia, donde las lágrimas campesinas narran la tragedia de un país que se desangra en el olvido.

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  11. Un relato que te lleva de la mano a la impotencia y reflexión de la violencia, muy vivida y real.

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  12. Un relato crudo y conmovedor; refleja la injusticia, el dolor campesino y el silencio forzado en un país sin verdadera paz.

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  13. Una verdad dolorosa que como país hemos callado durante mucho tiempo.

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