Mamá siempre solía decir que en un país donde te cortaban la lengua por hablar era mejor ser mudo. Decir lo que pensaba para este país era firmar una condena de muerte. Tío paco lo hizo y vi como desde nuestra finca lo sacaron de pies y manos llevándolo al monte. En el velorio de tío paco me prometí defender lo que algún día él quiso hacer, cuidar de la tierra, de la cosecha y sobre todo de mi familia. Yo era mudo; mudo no porque naciera así, sino porque tenía miedo hablar, miedo cuando cada vez que aquellos iban teníamos que regalar nuestras cosechas, cocinarles, lavarles y ver cómo mis primas lloraban producto de que aquellos seres innombrables tomaban su pureza.
Nadie hacía nada. Pero por el
radio se jactaban diciendo cada cuatro años que esta vez la verdadera paz si
llegaría. Abuela me enseñó a orar, pues decía que solo Dios podía salvar un
país violento y pecador, que no tenía sentido de pertenencia por los que eran
suyos.
Así pasé toda mi niñes, inmerso
en este salvajismo y fiereza, viendo como en mi escuela se llevaban a mis
mejores amigos, porque según ellos ya tenían la edad para botar bala. Se
llevaron a Juan, a mi increíble amigo Juan, aquel que me enseñó a cosechar y
sembrar semillas, que me enseñó a multiplicar por una cifra y que me mostró la
diferencia entre un bambú y una caña. Y yo ahí, no pude hacer nada por él,
nadie pudo hacer nada por él, porque teníamos que permanecer mudos.
Mientras estaba ordeñando a
Priscila, (mi hermosa vaca), llegaron aquellos. Ordenando en tono abrupto y
soez que saliéramos de nuestra propia finca, que aquella ya no nos pertenecía,
no me dejaron despedir de Priscila, no me dejaron sacar mi ropa ni mi balón de
caucho, golpearon a mi padre y mallugaron a mi madre hasta hacernos ir de aquel
lugar que nos pertenecía, la herencia de mi nono se desvaneció.
Recuerdo que pensamos en ir a una
finca cercana pero la más cercana estaba a casi dos kilómetros de donde
vivíamos. Tenía sed, ya se hacía tarde y caminando sin rumbo vimos una pequeña
casita de ladrillos. Allí nos recibió flora una viejita viuda que había perdido
a su marido por la misma plaga que nos sacó de nuestro hogar. Flora nos recibió
con una taza de aguapanela con queso y se disculpó porque no tenía nada para
darnos de comer, pues hacía poco tuvo que donar en contra de su voluntad la
poca cosecha que le quedaba. Los ojos en el rostro de mi padre reflejaban
el deseo de no querer dejar atrás aquellos sueños que una vez tuvo y que
consiguió, pero que ahora fue despojado de ellos. Los ojos en el rostro de mi
padre reflejaban la impotencia de un campesino al perder su único sustento. Los
ojos en el rostro de mi madre permanecían quietos, con una mirada perdida, como
quien se disocia en sus recuerdos para olvidar lo que ha acontecido. En los
ojos de los dos brotaban lágrimas, lágrimas de padres, de viejos campesinos, de
personas humildes, de ángeles, de un país en decadencia.
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ResponderEliminarUn cuento muy emotivo, mostrando la realidad del campesino en Colombia
ResponderEliminarMuy buen cuento, cuenta una realidad que vivió y vive el país en una narrativa que resulta muy entretenida ;)
ResponderEliminarLa manera en la que se aborda un problema social tan grande es muy significativa, transmite como esa tristeza y te hace meterte en la historia
ResponderEliminarEs una historia que duele porque se siente real, como si hablara por muchas personas que han vivido lo mismo.
ResponderEliminarMuy buen cuento!
Una historia bastante dura y real. Está muy bien contada, logrando transmitir el sentimiento con éxito.
ResponderEliminarUna historia, que cuenta gran parte de la realidad colombiana de los años 90. Relatando los sucesos y sentimientos de una familia en esa época.
ResponderEliminarCuanto historia cruel se ha vivido en el campo y nadie ha conocido, me parece genial como lo muestra este texto
ResponderEliminarEs una gran historia de verdad que queda uno muy impactado porque transmite el sentimiento de tristeza de la época y nos hace recordar esa grandes asañaz que hacen nuestros padres para sacarnos adelante
ResponderEliminarUn relato crudo y conmovedor que denuncia el silencio forzado en una tierra marcada por la violencia, donde las lágrimas campesinas narran la tragedia de un país que se desangra en el olvido.
ResponderEliminarUn relato que te lleva de la mano a la impotencia y reflexión de la violencia, muy vivida y real.
ResponderEliminarUn relato crudo y conmovedor; refleja la injusticia, el dolor campesino y el silencio forzado en un país sin verdadera paz.
ResponderEliminarQue bien escribes!
ResponderEliminarUna verdad dolorosa que como país hemos callado durante mucho tiempo.
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