miércoles, 2 de julio de 2025

La muerte del baobab de Cristina Isabel Bolaños Argote

 

La foto borrosa que le envió W a Lila confirmaba que el árbol de caucho junto a la casa había muerto. Al añorar su hogar la imagen del enorme árbol de hojas verde oscuro, anchas y gruesas, de raíces grandes, con la casa de fondo, era lo que venía a la mente de Lila, pero esa imagen bonita y nostálgica se rompió, ahora solo quedaba la casa.

El árbol creció tanto, nuevas ramas surgían y cada año más y más hojas cubrían el suelo en la época “otoñal” o volaban alto con el viento hasta otros lugares. Era bonito para Lila y W ver la colcha marrón que se formaba alrededor del árbol, aunque a veces se convertían en un problema para transitar el camino que rodeaba al caucho. Y resulta que, así como las hojas se hacían más abundantes las raíces también, pero la familia de Lila no lo percibió. 

El papá de Lila hizo el descubrimiento una tarde: pequeñas raíces empezaban a filtrarse en los patios de la casa y pronto causarían problemas en las paredes. La única manera de detener su expansión era cortar el caucho, que además en los últimos años, durante época de lluvia, amenazaba con desbarrancarse del borde de tierra en el que osó crecer.

Hubo intento de negociación entre Lila, W y sus padres, pero la decisión estaba tomada. Los padres esperaron que Lila retomara la larga ruta de regreso a la UNAL y unas semanas después le pidieron a un vecino que cortara el caucho. 

Lila no se habría enterado hasta su siguiente retorno, de varios encuentros con el Magdalena antes de llegar a casa, sino fuera por el afán de su hermano de contarle muchas cosas con pocos detalles todos los días. W sabía del afecto que Lila había ido construyendo por el árbol desde que en su infancia vio en El principito la imagen de un baobab. A Lila se le ocurrió que el árbol de su casa era lo más parecido al lejano y enorme árbol africano del libro.

Con el tiempo el árbol de caucho, su baobab, se fue convirtiendo en el recuerdo más vivo de su hogar al estar en la universidad y alimentaba el sueño de viajar a muchos lugares para conocer árboles grandiosos –quizá un baobab real–. Pero ahora, con la noticia de la muerte del “baobab”, a Lila le tocaría conformarse con las memorias de los árboles con los que creció y los que se encuentra en el campus mientras va a clase, esperando que un día al graduarse pueda ir en busca de esos seres maravillosos que por años se mantienen firmes y fuertes en tantos lugares del mundo, hasta que deben decir adiós.

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