El frío cala y cala y se va
metiendo dentro de vos hasta que sólo queda una masa homogénea donde no sabés
cómo separar la soledad y el resto de tu anatomía palpable; cuando te metés en
el helado caudal del río y lo único que podés es sentir, ahí estaba yo. No
estaba ella, quizás se había ido hace años y no me di cuenta, hay cosas que
sólo suceden y uno no asimila; así mismo fue el día que me dijo que no me
quería recordar y aún así se quedó.
Todo se ablanda, se hunde, se va
fácil como el polvo de las ventanas que llega desde la carretera por la que
pasan unos miles, que no tienen cara, ni vista, ni voz, todos vacíos como vos,
donde todo pasa por dentro; otra estación más por la que corre el viento,
revuelca y sigue el camino. Ahora no era sólo ella la que no quería recordar.
Yo, en trance, sin pretensión alguna de volver. Pasa alguien que me pregunta si
me perdí, pero no lo sé. Todo parece conocido y al mismo tiempo sé que nunca
estuve aquí antes.
La cerveza que llena el vaso y
luego se vacía, y así en bucle toda la noche, todas las noches de bar, de todos
esos miles que pasan, pero no van, no están, no existen. Las notas sueltas de
un violín dan vueltas y vueltas y vueltas en tu cabeza y ves cómo se va
formando un torbellino, al final caés en coma, sin la necesidad o el anhelo de
volver a abrir los ojos. ¿Será que ella me piensa cuando abre los suyos? No
puedo preguntarle ahora, se metió en mí como el licor que me acaba de quemar el
esófago.
Con nostalgia ves la vida desde
el miserable lugar que te tocó, te agachás a recoger un poco de arena, sentís
la brisa fría, de mares donde no hay fiestas ni bikinis, sólo domingos turbios
que alguien olvidó y un par de almas que se pasean caminando lento por la
orilla. Ella no está hoy, yo tampoco, las sales me llenan los labios, de brisa,
de lágrimas, de mar.
Uno de los mejores cuentos cortos que he leído.
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