miércoles, 2 de julio de 2025

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Mis pies ya estaban como mote sin cáscara, bien pelados, suaves y no precisamente agradables como cuando los veía en mi plato. Todo por el agua que se me metió por los rotos de mis botas mientras pasaba por los surcos de maíz del lote de al lado. Estaba pensando en marcharme así sea sin ella, y entonces escuché: —¡Mojinÿe choy!

—¿Hacia dónde, abuela? ¿Qué es lo que miras? —pregunté con pereza. Lo último que quería era detenerme. 

—¡Mojinÿe! —dijo, señalando con su machetico al chihuaco que posaba en lo alto del capulí (Prunus salicifolia). 

—Ya lo vi, ¡qué bonito! ¿Nos vamos ya pa’ la casa?

—Aún no, mouen. Su chillido está avisando que el agua ya viene, ¡ajáa! ahora sí toca joprontan (prepararse). Se acerca el tiempo de lluvia. Hay que llevar buena leña y tener cuidado cerca de las quebradas. El bejay (agua) en estos tiempos viene con harta fuerza de todos lados, porque acá donde vivimos los cabëngas (indígenas) es como una batea.

—Abue, ¿cómo sabes que ese pájaro dice que va a llegar uaftén (lluvia)? 

—Te voy a contar rápido la historia del chihuaco, mijita, pero mientras tanto ayúdame con las chamizas secas para llevar. Luego, en casa, te la cuento más despacio.

Antiguamente, cuando personas y animales se hablaban, sucedió que una hermosa señorita iba a casarse. La madre del joven, que nunca la quiso, se marchó con él unos días antes de la fiesta. Antes de irse, ambos le encargaron a la señorita preparar chicha y mote.

Al volver, el joven llegó con otra mujer y su madre le anunció a la señorita que ya no se uniría a su hijo. Luego vio que los canastos de maíz seguían intactos. Llena de rabia, fue a atacarla, la maltrató muchísimo, le gritó que era una inútil. En fin, le dijo de todo.

Entonces la muchacha, llena de rabia, abrió la puerta del salón: la chicha y el mote estaban servidos en gran cantidad. Empezó a tirarlo todo, y cuando llegó al último barril, chilló como ese pájaro para llamar a toda su familia. Se tiró al barril de chicha a bañarse y, mientras se convertía en pájaro de pico amarillo, plumas negras y patas esbeltas como ella, les dijo: "Como me trataron así, desde ahora pa’ hacer chicha y mote tendrán que usar mucho maíz. Yo les iba a enseñar cómo se podía hacer con solo dos granos, pero no lo merecen". En ese instante, muchos chihuacos llegaron a bañarse en la chicha y a comerse todo el mote y el maíz. Desde entonces, cada que escuches ese chillido, es la tristeza y enojo de la joven. Por eso trae el agua en los mismos tiempos cada año.

La iguana empezó a bajar elegantosa por el palo de mangos, y volví a los números y trazos del profesor, que seguía hablando de precipitación, caudales y escorrentía. En sus líneas, en sus palabras, era lo mismo que escuché en el monte. 

Entonces oí un chillido. 

¿Sería el chihuaco? ¿O la iguana?...

Afuera parece que va a llover.

Aquí dentro también, pero de otras formas.

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