Mis pies ya estaban como mote sin
cáscara, bien pelados, suaves y no precisamente agradables como cuando los veía
en mi plato. Todo por el agua que se me metió por los rotos de mis botas
mientras pasaba por los surcos de maíz del lote de al lado. Estaba pensando en
marcharme así sea sin ella, y entonces escuché: —¡Mojinÿe choy!
—¿Hacia dónde, abuela? ¿Qué es lo
que miras? —pregunté con pereza. Lo último que quería era detenerme.
—¡Mojinÿe! —dijo, señalando con
su machetico al chihuaco que posaba en lo alto del capulí (Prunus salicifolia).
—Ya lo vi, ¡qué bonito! ¿Nos
vamos ya pa’ la casa?
—Aún no, mouen. Su chillido está
avisando que el agua ya viene, ¡ajáa! ahora sí toca joprontan (prepararse). Se
acerca el tiempo de lluvia. Hay que llevar buena leña y tener cuidado cerca de
las quebradas. El bejay (agua) en estos tiempos viene con harta fuerza de todos
lados, porque acá donde vivimos los cabëngas (indígenas) es como una batea.
—Abue, ¿cómo sabes que ese pájaro
dice que va a llegar uaftén (lluvia)?
—Te voy a contar rápido la
historia del chihuaco, mijita, pero mientras tanto ayúdame con las chamizas secas
para llevar. Luego, en casa, te la cuento más despacio.
Antiguamente, cuando personas y
animales se hablaban, sucedió que una hermosa señorita iba a casarse. La madre
del joven, que nunca la quiso, se marchó con él unos días antes de la fiesta.
Antes de irse, ambos le encargaron a la señorita preparar chicha y mote.
Al volver, el joven llegó con
otra mujer y su madre le anunció a la señorita que ya no se uniría a su hijo.
Luego vio que los canastos de maíz seguían intactos. Llena de rabia, fue a atacarla,
la maltrató muchísimo, le gritó que era una inútil. En fin, le dijo de todo.
Entonces la muchacha, llena de
rabia, abrió la puerta del salón: la chicha y el mote estaban servidos en gran
cantidad. Empezó a tirarlo todo, y cuando llegó al último barril, chilló como
ese pájaro para llamar a toda su familia. Se tiró al barril de chicha a bañarse
y, mientras se convertía en pájaro de pico amarillo, plumas negras y patas
esbeltas como ella, les dijo: "Como me trataron así, desde ahora pa’ hacer
chicha y mote tendrán que usar mucho maíz. Yo les iba a enseñar cómo se podía
hacer con solo dos granos, pero no lo merecen". En ese instante, muchos
chihuacos llegaron a bañarse en la chicha y a comerse todo el mote y el maíz.
Desde entonces, cada que escuches ese chillido, es la tristeza y enojo de la
joven. Por eso trae el agua en los mismos tiempos cada año.
La iguana empezó a bajar
elegantosa por el palo de mangos, y volví a los números y trazos del profesor,
que seguía hablando de precipitación, caudales y escorrentía. En sus líneas, en
sus palabras, era lo mismo que escuché en el monte.
Entonces oí un chillido.
¿Sería el chihuaco? ¿O la
iguana?...
Afuera parece que va a llover.
Aquí dentro también, pero de
otras formas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario