miércoles, 2 de julio de 2025

Una tortuga dibujó una espiral de Cristian Felipe Salazar Quiroz


La brisa fría anuncia una llegada, pero lo único que se percibe es el ruido de las olas estrellándose hacia su fin en la arena. El paisaje empieza a pintarse con el atardecer. Las palmas, impasibles, se mecen de un lado al otro saludando la brisa que llega, y sus sombras bailan libres sobre el suelo e incluso sobre mi piel. Eso me hace notar las huellas que hay en la arena; parecen viejas y perdidas como los granos que se lleva el viento hacia el mar.

A lo lejos, se vislumbra una nueva sombra, aunque está muy lejos de la orilla. Por el ruido parece un niño, aunque es difícil saber si se ahoga o solo se ríe al jugar. La brisa suena con furia, como queriéndome alertar. El niño no parece importarle nada más que perderse nadando hasta el horizonte.

¿Debería llamarlo? ¿Me escucharía acaso? ¿O solo se oye a sí mismo y al mar? ¿Hasta allá llegará la brisa?

¿O está tan estancada como yo, en la orilla?

De la nada, el océano me transmite un silencio profundo que me envuelve en un vértigo inmenso. Mis palabras parecen secas como arena. Cuando intento gritar, para llamar a aquel niño, el sonido parece chocar con las olas del mar. El calor del día ahora me sofoca; las sombras de las palmas se han movido de lugar.

Pese a todo, ahora distingo bien el sonido del niño. Ríe. como si fuera por mí. Puede que piense en eso de la gente que se ahoga en un vaso de agua… y yo, sin tocarla, me encuentro así. Me he contagiado su risa. Y con el impulso de un niño al que llaman a jugar desde su casa, corro hacia el mar.

Todo en mí burbujea al tocar el agua. Parece que sintiera el ritmo del mar. Ahora mi tiempo en la orilla parece un mal sueño.

Él sigue lejos, rumbo al horizonte en su encuentro con ningún lugar. Pero yo me sumerjo en lo profundo.

Ahora sé que el horizonte nunca fue para mí. Aquí, en el fondo, todo es más inquietante, y hay más de un secreto por descubrir. De niño temía al mar por no saber nada. Y hace poco, por no saber adónde ir. El niño ya no se ve en el horizonte, pero estoy seguro de que sigue ahí.

Ahora la brisa es burlona. La playa, antes serena en el ocaso, parece inquieta. Un pez salta como si se burlara del cielo. Un cangrejo corre en círculos como si hubiera perdido algo importante. Una tortuga bosteza lentamente mientras dibuja una espiral en la arena.

Qué profundo es el mar.

No lo digo por haber llegado al fondo,

sino por detenerme a mirar.

1 comentario:

  1. me pareció una manera hermosa y poetica de describir la transformación a través de la contemplación. Me gustó mucho

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