miércoles, 2 de julio de 2025

La caverna y la hija de Angela María Henao Arroyave

 Ella caminaba junto al río, sobre la línea imaginaria que separa el caminito de piedra de las aguas frías de septiembre. Era un pequeño ritual personal que le servía de contención ante la creciente emoción en su pecho por llegar al templo.

Como toda caverna, el Templo del Tiempo tenía una entrada cubierta de vegetación nativa: árboles de troncos que nunca podía abrazar completamente, hojas tan grandes como su rostro, y flores con todos los colores del arcoíris.

Se detuvo en la entrada, respirando la mezcla de humedad y guano fresco que emitía la caverna: ese era el olor del silencio, de la calma y de la eternidad.

Tomó la mano que su padre le extendía, fría y transparente como las aguas del río, e ingresó en la gruta con paso firme pero lento. Solo se oían las gotas de agua bajando por las paredes y estalactitas activas. Avanzó con la luz que la linterna proyectaba en el suelo cercano, blanco y liso, como es típico en el mármol, hasta llegar a la pared del fondo, donde un viejo gours servía como mesa en la actualidad.

Allí se sentó, cerró los ojos y, después de unos minutos, finalmente dijo:

—¿Qué te parece este lugar, papá?

No esperó su respuesta y continuó hablando:

—Si miras fuera: el río, los árboles, las aves, los reptiles y los demás seres vivos exóticos que habitan esta zona… es normal sentirse pleno y feliz. Es fácil admirar la belleza cuando esta es tan deslumbrantemente obvia. Pero aquí, la belleza es más sutil, más poderosa. Siempre me deja impactada y me recuerda lo frágil y pequeña que soy. Y lo silenciosamente viva que es la tierra, formando este paisaje subterráneo único.

Miró a su lado. Su padre parecía analizar las palabras, o tal vez esa misma sensación de pequeñez que ella sentía lo había abrumado hasta la mudez. Ella continuó:

—Por ego, terquedad o egoísmo, solemos pensar que somos más o mejores. Nos alejamos de lo sencillo porque lo despreciamos. En este espacio fui feliz junto a un hombre que amé sin límites. Gracias a la historia escrita entre estas rocas, fui nombrada ingeniera en la mejor universidad del país. Pero sentada aquí de nuevo, vuelvo a verme simple, vuelvo a sentir humildad. Es justo lo que significó tu presencia silenciosa y constante: la sabiduría de muchas vidas, en la compañía sin juicio que me diste durante la treintena de años que compartimos.

Una lágrima asomó en sus ojos. Volvió a mirar a su padre, que no estaba presente realmente, porque había aparecido como el eco del gran respeto, admiración y amor que ella le tuvo, para acompañarla —como no pudo hacerlo en vida— a ese lugar que para ella era la conexión única con las almas que, a diferencia del cuerpo, sí son eternas.

Allí, rodeada por las raíces, las rocas y el murmullo subterráneo de la tierra viva, comprendió que el verdadero saber no se impone, se hereda. Que la grandeza no está en dominar el territorio, sino en pertenecer a él. Que cuidar es acompañar, y que el conocimiento más profundo florece donde hay respeto, humildad… y silencio.

10 comentarios:

  1. Que bello homenaje a tu padre y tu trayectoria en la U. Verdaderamente profundo y bello

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  2. Me encantó cómo describe cada detalle, sentí que estaba en ese lugar. Inspirador y profundo.

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  3. Muy inteligente para narrar el cuento. Espero leer más de sus cuentos ✨💗

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  4. Me gustó mucho la forma que escribe ✨

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  5. Una escritura hermosa, coherente y que permite que el lector se conecte en presente con ese exacto momento de una forma vivida y mágica.

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  6. Me gusta la combinación entre lo real y lo invisible, que buen relato!

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  7. Felicitaciones, eres una excelente escritora.

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