¿De dónde soy?
Ni de aquí ni de allá.
De dónde vengo, aún no se,
desconozco la coordenada exacta del metro cuadrado de tierra del cual emergí, y
desconozco aún más el metro cuadrado donde mi cadáver frío reposará, he sido un
nómada y el gentilicio de forastero es el más acorde para mí.
No obstante, en mí yace la
necesidad de volver a aquel lugar.
Aquel pueblo inmerso en las
montañas faldudas como las voluptuosas caderas Ana un lugar que silva
tenue el silencio, y entre sus vientos del este y el oeste arrastran todo ruido.
Aquel pueblo autoproclamado
tierra de paz y de hombres libres, un lugar donde el cristo cabizbajo mira con
desilusión a todo aquel que cruzase el dintel de su puerta, silencioso en su
sollozo, como un Dios que perdió la fe en sus hombres.
Y aquel pueblo escondido entre la
niebla, como un olimpo donde sólo dioses pudiesen llegar, porque sus vías de
curvas fatales entre derrumbes y olvido, se vio cada vez más apartado de los
hombres mortales.
Un lugar donde pretendo escapar
de la sórdida urbe, de los parciales perdidos y por perder, además de la
desolada expectativa de prosperidad y bienestar que parece cada vez más ajeno
semestre a semestre. Allá en aquel lugar donde no suenan las balas, ni doblan
las campanas, a mi pueblo vuelvo yo, porque allá presuntamente nada pasa, ni
siquiera se escucha a la vecina chismosa, más allá de estar metida bajo la cama
como espectadora de mis noches íntimas.
En mi pueblo no se escucha nada,
ni el caer de las monedas de plata desde el palacio de gobierno, donde cada 4
años tenemos un nuevo Judas besando nuestras mejillas.
En mi pueblo las jaulas cautivas
de las aves más exóticas silenciaron todo canto, la pujanza es inversa en un
nudo trepidante, los azadones caídos unos tras otros trastabillaron nuevas
generaciones que se niegan a arar esta tierra tan rica, mientras el café oro
maduro rueda cuesta abajo hasta el río Cauca donde se dará festín anacondas y
peces de pantano.
Cada fin de semana pretendo
escapar a aquel lugar, ausente de todo, donde la maquinaria progresista no
suena, los boleros y botellas vacías sobre la mesa se pierden en la inmensidad
de un lugar que se llevará el tiempo, y no es porque el cerro nos sepulte en
totalidad como ya pasó antes, es porque los hombres están abandonando su carne
en exilios y estas noches son espantos los que llenan los bares.
Allí donde no suenan los aullidos
de lobas, ni el aquelarre de brujas, ni sombras de hojarasca entre surcos
vacíos, allí donde la luna no cesa entre el camino del Zancudo a la casa de la
más mujer entre las mujeres, allí, entre el caminito triste donde nunca
acompañe a nadie, ni eventualmente dejó una flor evocando aquellos días.
Este humilde hombre no es de
ninguna parte, soy solo del silencio y de donde esté, y por aquellas frías
montañas suele ser abundante, quizá por ello soy reincidente, y cada vez que
puedo vuelvo allí al pueblo no hay silencio, aquel lugar es tan mío que lo dice
ya todo de mí.
¿De dónde soy -
Jefferson Gallego López
Hermoso, cada frace otorga una imagen mental vivida, con una lectura sin fricción por todo el cuento y un alago al silencio poético, me encantó.
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